En los siglos I-II las primitivas comunidades cristianas judías se reunían en sinagogas donde interpretaban la salmodia hebraica cantando con acompañamiento instrumental. Sin embargo, recibieron también la influencia griega en el ethos de los modos y adoptaron algunas formas o estructuras como los himnos. A pesar de ello la música mantendría sus propios rasgos judíos: la salmodia, lectura casi declamada con relación silábica música-texto y la cantilación o cantilena, más modulada que se limitaba a enfatizar el texto y estaba condicionada al ritmo libre de las frases. Era una música fundamentalmente diatónica, que evitaba el cromatismo y escasa participación instrumental. Fue interesante para el devenir de la música occidental que sus cantos monódicos a capella mantuvieran el carácter del Kyrie y del Jubilus, largo melisma sobre la sílaba ‘u’ o ‘a’ del final del Allelúia. De él diría San Agustín "El júbilo es esa melodía con la que el corazón expresa todo lo que no puede expresar con palabras."
El establecimiento de libertad de culto y la aceptación del cristianismo por el Emperador Constantino con el Edicto de Milán (313) marcaron ya un punto de inflexión al situar al cristianismo, libre de persecución, en una tolerancia desconocida hasta entonces. La formulación del Credo como profesión de fe en el primer Concilio de Nicea (325) y las delegaciones de las circunscripciones eclesiásticas dependientes de Roma propiciaron de alguna manera el mestizaje cultural.
El Imperio Romano se desdoblaba en dos núcleos: Oriente, cuyo centro será Bizancio y Occidente centralizado en Roma. Los entornos culturales darían lugar a diferentes variantes fundamentales: las orientales de Siria y Bizancio; las occidentales de Roma (Romana), Milán (Ambrosiana), Francia (Galicana) y España (Visigótica o Mozárabe). Todas estas variantes litúrgicas tendrían un periodo de desarrollo (siglos IV-V) con una diversidad que, andando el tiempo, plantearía una liturgia común. Gregorio Magno interesado por la unidad de culto propiciará una unificación que se desarrolló entre los siglos VI y VIII.
La Liturgia Ambrosiana se articuló en torno a la figura de San Ambrosio de Milán sentando ya las bases para la reforma al introducir en las iglesias de Occidente el canto antifonal (de dos semi-coros) y los himnos.
Según San Agustín, estos rasgos antifonales nacieron como consecuencia de la ocupación de la Basílica Porciana por los herejes arrianos. La historia cuenta que, para fomentar la unión de los fieles y hacer más llevadera la situación, San Ambrosio idearía que el canto fuera ejecutado por dos coros en diálogo. Así mismo los himnos por su carácter silábico y melodía sencilla resultaron particularmente adecuados. Los himnos ambrosianos se fijarían en una estructura básica que se ha mantenido a lo largo de los siglos: ocho estrofas de cuatro versos cada una, normalmente en tetrámeros. En la interpretación de los salmos cantados se aplicaba la estructura antifonal propia con una entonación melódica, un tenor (nota repetida sobre la que se recita) y una cláusula (cadencia que cierra la frase o un inciso de la misma). Esta liturgia se difundió especialmente por el norte de Italia y coexistió con la Liturgia Gregoriana unificada posterior como sucediera también en España con el rito mozárabe centralizado en Toledo.
El canto romano fue entendido en el Imperio Carolingio como el patrimonio que mejor se había conservado y transmitido desde el mundo greco-latino. La admiración que provocaba hizo que la zona franca se convirtiera en lugar de continuación y expansión hacia el resto de Occidente. La tradición galicana tuvo que influir en la tradición romana haciendo que ésta volviera transformada a su lugar de nacimiento. Tampoco hay que olvidar el carácter oral de la transmisión de los cantos que, por el escaso desarrollo de la notación musical y la especialización necesaria para interpretarla, precisaba de cantores romanos conocedores de las melodías. Un factor añadido serían las lógicas variantes que pueden darse en cualquier proceso de tradición oral.
Por otra parte, Constantinopla se convirtió en la capital del Imperio Romano de Oriente en el siglo IV erigiéndose como centro fundamental de Bizancio en una "segunda Roma". La liturgia que comenzó a gestarse derivaba de la romana articulándose en torno a la figura del Basileus, personaje político-religioso unificador de la diversidad de la cultura bizantina. El derecho era romano, la administración griega y las creencias y ritos religiosos judíos. En sus ceremonias de carácter político-religioso las Aclamaciones se interpretaban por poetas y músicos de la corte cuyo canto se acompañaba en ocasiones con una especie de órgano portátil. Los dos momentos fundamentales de la estructura de la Liturgia Bizantina eran la Leiturgia (Oficio Eucarístico o Misa) y la Alotuxia que incluía el resto de los actos religiosos.
Comienza también a establecerse el rito de la Liturgia Romana con repertorio propio para la Misa –como acto más representativo del culto- y para las horas del Oficio. Con Gregorio Magno se recogen ya en dos libros fundamentales: el Gradual con el Propio de la Misa (textos variables según el contenido de la fiesta del día, frente a los textos invariables de las secciones del Ordinario); el Antifonario con las horas del Oficio. Es aquí donde el proceso de unificación adquiere especial relevancia porque algunos fragmentos de melodías del Oficio de Oriente (centones) se introducen en el Canto Gregoriano. Le otorgan gran riqueza al unificarse por medio del modo en una nueva composición. Al realizarse el repertorio gregoriano se hará una clasificación en modos con una nota final y una dominante salmódica (nota de recitado) que, por su relación, permite también trabajar sobre el repertorio anterior. Así un fragmento que no esté en el modo de una determinada pieza gregoriana puede orientar hacia la presencia de una centonización. Su identificación es un asunto difícil de trabajar que debe llevarse a cabo por especialistas mediante riguroso y amplio estudio.
La vida musical religiosa de la Edad Media se organizaba en torno a dos estructuras importantes: la Misa y las Horas. En los monasterios y catedrales los días transcurrían en orden a la sucesión de las horas mayores y menores. Cada hora canónica tenía su estructura y repertorio propio siendo las mayores (Maitines, Laudas y Vísperas) las de mayor importancia. Las Vísperas, que cerraban el ciclo para volver a empezar con los Maitines, tenían gran riqueza musical por la interpretación de salmos, himnos y magnificat.
La creciente fuerza que cobraba la música profana en los siglos XIII y XIV y el interés por la polifonía pudo provocar que el Canto Gregoriano se perdiera. Sin embargo, a pesar de la introducción de las lenguas vernáculas, la oficialidad del latín en la liturgia contribuyó a su mantenimiento conservándose en códices hasta el Renacimiento. Posteriormente, en el XVII y XVIII, se mantuvo a nivel más particular en monasterios y catedrales vinculado a la Iglesia de forma interna aunque ya no tanto a los fieles. Este mantenimiento de la Música Gregoriana se logró a través de los Cantorales Gregorianos. Se perdieron sus matices al copiar las melodías privándolo de una expresividad mucho menos simple y llana de lo que suele creerse. A finales del siglo XVI el Papa Gregorio XIII inició un proceso reformador que cristalizó en la Edición Medicea (1614) con nuevas versiones que permanecieron como modelo. El empeño por desplazar el texto para normalizar el acento fuerte de las sílabas con el inicio de los melismas vino a corromper su libertad de expresión melódica.
Habría que esperar a la segunda mitad del siglo XIX para tratar de recuperar el gregoriano original en la abadía francesa.
El Congreso de Arezzo en 1882 que abría una doble orientación al estudio del canto gregoriano: teórica, para profundizar en los aspectos técnicos y estéticos; práctica, para conseguir una mejor interpretación. Como resultado de estos estudios se editó entre 1908 y 1912 la Edición Vaticana aunque su valor ha sido considerado más en cuanto a cuestiones eclesiásticas prácticas que como edición crítica.
Se comenzó a trabajar sobre la rítmica gregoriana, la paleografía, la modalidad y la semiología. Haciendo un paralelismo con la lengua la paleografía nos instruye sobre la sintaxis gregoriana mientras que la semiología se ocupa de los matices estéticos derivados del ductus de la escritura.
Podemos observar en las imágenes cómo difieren los signos encima del texto que indican los movimientos melódicos en dos tipos de notación adiastemática (sin línea indicadora de altura).
En cuanto a la rítmica del canto gregoriano la defensa más generalizada por parte de los estudiosos es la idea común de la abadía de Solesmes como un canto de ritmo libre. Por otra parte ese ritmo no mensural propugnado por Solesmes sigue debatiéndose en razón de la adecuada colocación de los epistemas (signos de acentuación).
A pesar de la imposibilidad de recuperarlo en toda su pureza y de su aparente simplicidad monódica como adorno del texto, el Canto Gregoriano sigue fascinando por su expresividad.
A pesar de la imposibilidad de recuperarlo en toda su pureza y de su aparente simplicidad monódica como adorno del texto, el Canto Gregoriano sigue fascinando por su expresividad.